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lunes, julio 7, 2025
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¿A dónde irán?

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La reciente reforma constitucional en materia del Poder Judicial de la Federación prácticamente se ha consumado. Sobre ello, se ha escrito y opinado en diversos medios y foros, por lo que no es el caso de retomarlo. Sin embargo, hay un aspecto fundamental del que poco o nada se ha hablado y que no podemos pasar por alto: se trata de los juzgadores aduladores y de lealtad utilitaria.

Apenas se actualizó la reforma constitucional se comenzó a dar un escenario cuya teatralidad fue inquietante por el servilismo y oportunismo con el que actuaron algunos juzgadores. Se les vio cómodamente sentados con Ricardo Monreal, en un recinto de la Cámara de Diputados, defendiendo la mencionada reforma. Otro puñado de jueces y magistrados firmaron un comunicado, junto con Lenia Batres Guadarrama, defendiendo el hecho de la que Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hubiese revocado la suspensión de actividades del Comité de Evaluación del propio poder.

En redes sociales circularon videos de juzgadores federales apoyando la reforma y acompañados de Batres Guadarrama y hasta de Noroña. Esos “impartidores de justicia” no solamente aceptaron, de inmediato, el juego político, sino que se lanzaron a él con fervor inesperado y, como consecuencia, se dieron a la tarea de buscar a los líderes del oficialismo. Aparecer en un recinto legislativo, con Monreal, no es producto de la casualidad; antes bien, es resultado de un proceder intencional y deliberado.

Las crudas y penosas escenas protagonizadas por esos juzgadores inevitablemente evocaron, como en el retablo moral de otros tiempos, la imagen de la meretriz Thais, la cortesana griega que Dante Alighieri inmortalizó en el Infierno por haber cometido el pecado de la adulación falsa o el halago mentiroso

Esos juzgadores de los que hablamos -que fueron formados bajo los principios de la carrera judicial-, se comportaron como los actuales Thais, no solamente porque corrompieron el pensamiento jurídico y el lenguaje judicial, sino porque mediante la adulación buscaron acercarse a legisladores y funcionarios del oficialismo con la finalidad de encontrar apoyos para sus candidaturas. Incurrieron en lo que Dante denominó la “lisonja aviesa”, pues al advertir la proximidad de la tormenta, optaron por cambiar la toga por la adulación.

Como inexpertos políticos que son, pretendieron iniciar un juego de poder totalmente ajeno a su rol técnico. Comenzaron por comprometer su imparcialidad, pues quedaron marcados más por sus estridentes alianzas políticas que por su reserva y dignidad judicial. La virtud cedió a la adulación dirigida a envanecer a los legisladores o a cualquier miembro del oficialismo, con la mirada en obtener algún favor que pudiese beneficiarlos. Buscaron así el camino sinuoso de las componendas en lugar de continuar con el andar recto y honesto…si es que alguna vez dirigieron sus pasos bajo estos principios.

En la vorágine del río revuelto, fueron erosionando la confianza no solamente en ellos mismos, sino que contribuyeron al desgaste de la propia institución que los formó y dio de comer, el Poder Judicial de la Federación. Lo que es aún más grave, es que antes de la reforma algunos de ellos marcharon levantando pancartas que decían: “el juez imparcial es de carrera judicial”. ¿Cómo puede un juez que gritó esa frase transmutar en un Thais moderno sin ningún esfuerzo ni remordimiento? Esto último hace que su proceder sea aún más criticable, porque es denotativo de que carecen por completo de convicciones. Se aprovecharon de una institución que les resultó desechable cuando sus cimientos se vencían inexorablemente por el ataque artero de Andrés Manuel López Obrador y su camarilla de legisladores, incluido Yunes, el sumo traidor, a quien después se sumarían Pérez Dayán y Carla Humphrey (y es que a los traidores siempre hay que llamarlos por su nombre, para impedir que los cubra el manto del olvido).

Esos juzgadores oportunistas quedarán por siempre relegados al ostracismo. Perdieron incluso su propio reflejo ante el espejo de la dignidad. No serán recordados nunca como juristas ni como defensores del Estado de Derecho, sino como funcionarios que intentaron agradar al poder y terminaron por no agradar a nadie.

Hoy, esos jueces que no ganaron las elecciones y que deben estar lamentándose por no poder comprender cómo es que no recibieron el apoyo de sus políticos adulados, quedaron atrapados entre dos mundos: el de la judicatura que abandonaron y el de la política que no los quiso. Nunca serán vistos como figuras de equilibrio, ni como referentes técnicos, ni como prudentes guardianes de la Constitución. Es más: simplemente no serán vistos.

Es importante aclarar que esos juzgadores no son los que participaron en las elecciones. Son los juzgadores que, se insiste, apenas culminó la reforma constitucional ya estaban sentados con los Monreales, los Noroñas y los Batres, entre otros.

Y ahora que pasó la tormenta. Ahora que somos los ciudadanos los que debemos organizarnos y reconstruir la república a partir de los despojos que esta reforma ha dejado, me pregunto: ¿a dónde irán esos juzgadores a los que nos referimos?

¿A dónde irá su lealtad utilitaria?

¿A dónde irán sus adulaciones y lisonjas aviesas? ¿sus caravanas zalameras?

¿A dónde irán las palabras vacías que pronunciaron al pretender defender al Poder Judicial de la Federación?

¿A dónde irán los votos y apoyos que no recibieron?

Quizás irán allí, al mismo lugar en donde Dante arrojó a Thais.

Allí donde el lenguaje que una vez fue noble se volvió barro.

Allí donde la adulación no conquista, sino que condena.

Allí, en el lugar equivocado de la historia, justo allí.

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