“Bienaventurado los pobres, porque de ellos será el reino de Dios.”
Los pobres, todos, son virtuosos, son éticos y actúan correctamente. Sólo hay que guiarlos “como animalitos”, alimentarlos, procurarlos y buscar que continúen así. Bastan doscientos pesos en la cartera y un par de zapatos, para que las personas construyan un futuro lleno de amor.
Los ricos, en cambio, son malos por naturaleza, despiadados y opresores. Se esconden en las buenas maneras y en el despreciable conservadurismo, que mucho daño nos ha traído a todos. “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos.”
Éste ha sido el discurso populista que hemos escuchado todos los días desde hace más de siete años. La pobreza es exaltada, es virtuosa y es buena para el alma. Los pobres dependen del gobierno, del dinero de la Nación, esperan dádivas convertidas en “programas sociales”, pero solo eso, una suma de dinero bimestral. No reciben educación de calidad, servicios de salud aceptables, seguridad, ni fuentes de trabajo. Aún así: “Primero los pobres”.
Según datos proporcionados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), 46.8 millones de personas en nuestro país, equivalentes al 36.3 % de la población nacional viven en situación de pobreza.
29.3 % (377 millones de mexicanos) están en pobreza moderada, y para 7.1 % (9.1 millones de individuos) esa condición es extrema; de acuerdo con el Informe de Evaluación de la Política de Desarrollo Social 2024 del propio Coneval (que, por cierto, tristemente acaba de desaparecer).
La pobreza extrema alcanzó su mayor nivel en las últimas 2 décadas. 7 de cada 10 indígenas son pobres y un buen número de ellos vive en extrema pobreza.
A pesar del discurso diario, la mayoría comprendemos que la pobreza y la miseria no son buenas. No elevan el espíritu, ni nos transforman en una sociedad mejor. Al contrario, la falta de una alimentación adecuada, de educación, de medios de transporte y de servicios médicos llevan a la sociedad a un estado de sobrevivencia en el que les es imposible discernir, vislumbrar algún rumbo o practicar virtud alguna. Ninguna sociedad ha florecido en la pobreza, en la que se encuentran una gran parte de los mexicanos, según los datos oficiales de este país.
Lo cierto es que el gobierno no está para darle comida a los pobres, está para crear las condiciones correctas para que el pobre deje de serlo y pueda comprar la cantidad de comida que quiera, para que pueda aspirar a una vida digna y a un futuro mejor para sus hijos.
El fallido discurso populista debe ser abandonado cuanto antes, porque carece de congruencia, porque la realidad lo supera y porque no habrá presupuesto público que permita repartir dinero a un número de personas que se sigue incrementando, sin que se creen fuentes de trabajo, ni se den los medios para que las empresas produzcan más y mejor.
Por el bien de todos, “primero los pobres”, debe cobrar su auténtico sentido. Nos corresponde a la sociedad civil organizada buscar las maneras para exigir que el Estado satisfaga las necesidades de su población, para que realice adecuadamente su trabajo y para que ningún funcionario público esté exento de rendir cuentas.
México merece otro destino.



