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martes, diciembre 16, 2025
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Postales de Kyoto: manual del viajero republicano

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No toda carta merece respuesta. Algunas se explican -y se agotan- en su propio desatino. Tal es el caso de la misiva pública de Andrés Manuel López Beltrán. Sin embargo, habremos de hacernos cargo de ella no porque el remitente merezca nuestra atención personal, sino porque sus faltas de acierto son de tal entidad que ameritan ponerse a la vista de todos, especialmente de quienes creen a pie juntillas la narrativa oficial de la austeridad republicana. No Andy, no es a ti a quien respondo. Es tu incongruencia, tu limitación profesional y tu casi nula capacidad de articulación expresiva lo que quiero poner a la luz de todos. Gracias por proveernos, involuntariamente, de materia tan fértil para conocer tus despropósitos.

Comencemos, Andy, por sentar una premisa fundamental: tienes una posición importante en un partido político que creó tu padre. Estás ahí no por tu encomiable labor sino por una burda imposición. Careces de logros profesionales verificables, de experiencia política probada y de aportaciones intelectuales que respalden tu voz en el debate público. No te equivoques Andy: tu único mérito tangible es haber llegado a la adultez con un acta de nacimiento que te acredita como hijo de un expresidente. Nada más. Recuerda que en México están prohibidos los títulos nobiliarios y, por ende, tu apellido no basta para blindar tus actos de la mirada crítica.

En tu carta intentas justificar un viaje a Japón, en vuelos comerciales y hospedajes de $7,500.00 pesos por noche, eso sí, con desayunos incluidos. Tu relato sería intrascendente de no ser porque eres protagonista de un partido político que ha convertido la “austeridad republicana” en eje de su identidad y de su sustento moral, y es aquí donde se abre la primera grieta: no se trata solo de viajar, sino de hacerlo bajo los mismos cimientos discursivos que exigen la sobriedad y medianía tan rigurosamente presumidas por ustedes, al grado de sancionar y exhibir, con gran severidad, cualquier atisbo de lujo en sus adversarios.

No es el viaje lo que incomoda, sino tus elementales empeños por encuadrarlo, a fuerza de retórica, en la doctrina de la austeridad y así justificarlo ante el pueblo bueno que dices representar. Andy, la sobriedad republicana no es un accesorio que pueda guardarse en el extranjero y reaparecer en discursos domésticos. Es, o debería ser, un compromiso invariable. Recuerda que, en términos coloquiales, se ha sostenido que integridad es hacer lo correcto aunque nadie te vea. Es justo por esa falta de integridad que tu viaje roza la frivolidad, y esa frivolidad es ofensiva cuando, impúdico e indolente, acudes a Prada a comprar mercancía fuera del alcance de muchos mexicanos.

Tu argumento inicial reposa en un detalle que bien merece una mención especial: el viaje fue posterior a “extenuantes” jornadas de trabajo. En un país en el que millones de ciudadanos enfrentan jornadas verdaderamente arduas y agotadoras y que, una vez concluidas, regresan a casa -no a Narita- en un transporte público saturado y caótico, tu expresión resuena más como una burla que como una justificación: mientras que en el discurso oficial se predica la justa medianía de Juárez, la realidad muestra viajes intercontinentales con compras en tiendas de lujo. Sabes Andy, aun cuando pudieras ingerir tus alimentos matutinos sin costo adicional, hay millones de mexicanos que no pueden costear un hotel de $7,500.00 pesos la noche porque es más de lo que ganan en un mes completo. Insisto, el problema no es el viaje, sino la pretensión de que semejante lujo pueda ser reconciliado con la prédica constante de sobriedad. Uno de tus tantos errores es la intención de vivir dos realidades opuestas sin asumir el costo de la contradicción. Sabes Andy, no basta invocar a Juárez para absolverse del boato.

Y entonces Andy, ante tu limitado repertorio dialéctico, sustituyes el argumento por el insulto y la diatriba. El tono de tu carta se inclina hacia la ofensa. Periodistas y críticos son llamados “hampa” y “mafia”, como si un epíteto fuera argumento y como si la autoridad moral para enarbolarlo se adquiriera por derecho hereditario. La osadía no está en recorrer medio mundo, sino en descalificar a quien señala una evidente y crasa contradicción.

Quien realmente “no es igual” no necesita refugiarse en el agravio para defender su postura: podría defenderse con serenidad, pues bastaría con la congruencia, con la transparencia y con el ejemplo. Sin embargo, en tu intercambio epistolar unilateral, la respuesta a la crítica pública ha sido bajo el peor de los recursos retóricos: la soberbia disfrazada de humildad, el insulto como defensa y la cita histórica como ornamento vacío. Lo que bien se aprende nunca se olvida y con tu carta diste una muestra palmaria de que muy pronto olvidaste lo que dices haber aprendido de niño: no hay una gota de humildad en tu actitud y aún es poco el poder que detentas. No Andy, lo único que sí aprendiste bien fue a sustituir el argumento por la injuria y a resguardarte en el peso de tu apellido. Esto sí que lo aprendiste antes que otros y eso, dicho sea de paso, no te releva de la obligación de acreditar tus afirmaciones. Llama la atención que no exhibiste un solo boleto de avión ni un comprobante de pago del hotel.

Lo que pudo ser una simple aclaración (de haber actuado con honestidad), se convirtió en un retrato involuntario: el hijo de un discurso que viaja a destinos y en formas que ese mismo discurso rechaza. Nos dejaste, Andy, una postal más para el álbum de tu incongruencia. Un manual para el viajero republicano en el que Prada convive con Juárez y la medianía con desayunos incluidos.

El costo de tu viaje no es el que se paga con yenes, con dólares o con pesos. El verdadero costo del viaje es el que se liquida con la pérdida irremediable de la credibilidad. Hay facturas, Andy, que no se esconden y la incongruencia, una vez exhibida, queda para siempre expuesta en los escaparates de la memoria pública y en ellos, tal como en los de Prada, lo que se muestra y compra ya no puede devolverse.

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