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Contra los ricos….

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“¡Contra los ricos, hasta emparejarnos!”, gritaban las huestes estudiantiles del Partido Comunista Mexicano en los años setenta del siglo pasado. Eran jóvenes que, con la hoz y el martillo como emblema y el puño en alto, creían que la lucha de clases solo valía la pena si, al final del camino, los esperaba una vida burguesa: llena de lujos, sin restricciones y bien servida. No sé cuántos de ellos terminaron viviendo de la causa, pero algunos de los que sobrevivieron hoy militan en Morena.

A los marxistas puros siempre les gustó lo bueno. Y en Morena, junto a esos herederos de las viejas luchas del PCM, que creían firmemente en sus ideales, convive una mayoría de oportunistas sin convicciones, sin militancia y, casi siempre, sin luces. Lo suyo no es la transformación, sino el “bisne”; no es el pueblo, sino el botín de la política.

Por eso, la carta que envió la presidenta Sheinbaum al Consejo Nacional de Morena parece haber sido recibida por algunos de sus destinatarios no como una regla viva, sino como un rezo olvidado. Honestidad, austeridad, servicio al pueblo… Palabras que se disuelven en el aire y se pierden entre los privilegios. La intención es digna de aplauso, pero la realidad impone sus condiciones y choca con un partido que, mientras dice odiar a los ricos neoliberales, les copia hasta el vino que toman.

Hoy, el discurso de la austeridad republicana sirve como excusa para hacer negocios y campañas adelantadas. El decálogo no es una guía ética, sino una fachada moral. Porque en Morena ya no gobierna la mística, y nadie aplaude que le recuerden que el cargo no es vitalicio y tampoco se puede heredar.

Ahí están Pedro Haces, ejemplo pleno de la corrupción del bienestar; aficionado a las fiestas de postín, las corridas de toros en España y el helicóptero propio; Gerardo Fernández Noroña, que viaja en primera clase mientras tuitea contra los privilegios; Andrea Chávez, desde siempre en campaña; y Andrés Manuel López Beltrán, amante de la ropa de diseñador Ermenegildo Zegna, porque un solo par de zapatos nunca será suficiente. Todos ellos ejemplifican cómo, en Morena, el servicio público se ha transformado en patrimonio privado y la austeridad, en un buen deseo.

La ética es, en esa lógica, una prenda de ocasión: se usa en campaña y se desecha al rendir protesta. Se prometió un gobierno del pueblo y para el pueblo, pero muchos de sus operadores creen que el pueblo está para aplaudir, no para exigir cuentas.

La verdadera tragedia no es solo la hipocresía, sino el impacto directo en millones de mexicanos que ven cómo la desigualdad y la corrupción se perpetúan. Los mismos que prometieron ser diferentes hoy reproducen las peores prácticas del pasado. Los jóvenes que una vez levantaron el puño y gritaron por justicia no reconocerían en estos líderes a sus herederos.

Esto no es exclusivo de Morena. En la política mexicana, el oportunismo es un mal endémico. Los colores cambian, pero las malas artes permanecen. Son mañosos. Y no vemos a una ciudadanía dispuesta a exigir cuentas.

El problema no es el decálogo. El problema es que ya casi nadie dentro de este movimiento que desgobierna entiende el idioma en que fue escrito. Hablan otra lengua: la del privilegio disfrazado de causa popular, la del poder convertido en legado, la de la moral según el presupuesto. No quieren cambiar el sistema: quieren perpetuarlo. Y ahí la llevan.

Nacional

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