A mi querido capitán, a mi familia naval y a todos los auténticos Juzgadores Constitucionales que, ante la tormenta oficialista y el amonitamiento generalizado, después de agotada la ardua faena, decidieron, bajo un código de honor personal, hundirse con el navío y con su dignidad incólume
Algunos barcos tienen en la proa (parte delantera de la embarcación) una o varias figuras talladas que se denominan “mascarón de proa”. Éste tiene por objeto vestir de simbolismo al navío, ya que está destinado a dotarlo deidentidad (valores de la embarcación o del país cuya bandera ostenta; creencias de ese propio país, entre otros aspectos). No todos los barcos tienen mascarón de proa pero, aquellos que lo portan, cuidan que la tripulación sea fiel custodia de los valores imbíbitos en él.
Como el mascarón de proa, la Supreme Corte de Justicia de la Nación tiene sus símbolos y los Ministros, al igual que los capitanes navales, se vuelven custodios de los significados. La toga -ya lo explicó Guadalupe Ortiz Blanco en su columna publicada en este mismo medio- exige, más que lealtades ideológicas; formación, experiencia y respeto por los principios constitucionales. Cuando se viste la toga, el juzgador se despoja de sus propias creencias para encarnar, con conocimientos jurídicos, los principios constitucionales y su defensa.
Hay barcos, con mascarón de proa, que se construyen para cruzar tormentas. Su quilla es profunda; su timón firme; sus velas resistentes, la eslora y la manga adecuadas y su capitán prudente. Se orienta por estrellas fijas, no por caprichos del oleaje. Avanza cauteloso aun cuando se enfrente a vientos de barlovento. Navega con prestanciaincluso cuando el buque se encuentre escorado. Así, como esos barcos, fue diseñada la Suprema Corte de Justicia de la Nación: un tribunal equilibrado, estable, con un centro de gravedad bien situado por la normativa; con rumbo jurídico trazado por el sextante de la Constitución, y con una carta de navegación prolija dada por los precedentes judiciales.
Sin embargo, algunas de sus actuales tripulantes que, junto con otras personas que no tienen idea de los fundamentos más básicos de la ingeniería naval y náutica, después de amotinarse con el apoyo de la capitanía de puerto, tomaron control del barco y muy pronto ordenarán que se eleven anclas para que ese alto tribunal, en un nuevo viraje, tome rumbo a lo desconocido, poniendo en riesgo no solamente a la tripulación, sino al país entero. Una de las personas que quedará al mando de la embarcación, cuando por primera vez pisó la cubierta de la Corte, no supo diferenciar entre la suspensión provisional y la definitiva. Omitió referencias a precedentes obligatorios y propuso criterios jurídicamente insostenibles. Más grave aún: ha defendido esas posturas con una mezcla de arrogancia y desdén, como si la erudición jurídica fuera un obstáculo para la justicia y no su principal resguardo.
Cuando algunos comandantes determinaron que no podía conocer de un amparo promovido por un conocido empresario porque, en su calidad de juzgadora, había espetado expresiones francamente ofensivas como “miserable” que daban cuenta de su animadversión, decidió abandonar la sesión y no volver por el resto de la semana, lo que impidió que la Sala pudiera desahogar asuntos…esos en los que la gente está interesada en que se resuelvan prontamente. Ese es el profesionalismo que nos espera al mando del barco.
Ese otrora respetable navío que es la Corte, estará no solamente tripulado sino guiado por una caterva de advenedizos cuya carta de navegación tiene como principal instrucción el desmantelamiento técnico y moral del Poder Judicial de la Federación. Dirigirán la embarcación no a partir del norte constitucional, sino al sur de la militancia, donde cada ola de opinión improvisada de la comandantasuprema valdrá más que una sentencia firme. No interpretarán las corrientes ni los precedentes, sino que los desdeñarán. No seguirán las cartas de navegación constituidas por el derecho, sino que las combatirán.
Otra de las personas, sin grado militar ni náutico, que pondrá mano en el timón y dará curso incierto a la Corte,presentó su insignia de Diplomado de Estado Mayor; empero, cuando quiso ser ungida con el mando total de la embarcación, se supo que el diplomado era solamente una ventisca incapaz de impulsar al navío de la Corte. No era sotavento, más bien parecía calma chicha de una persona incapaz de entender los senderos marítimos. Nunca le fue conferido el diplomado porque su sextante no fue el que encontró el sol que ilumina con conocimientos a quienes culminan el curso.
Existe en toda embarcación la leyenda de que ronda un espíritu que los acompaña cuando, en la soledad de la cofa, se vigila el horizonte marítimo. En el mástil mayor de la Corte se le ha visto deambular como fundador de un partido cuya ideología jurídica está más pendiente de las redes sociales que de la técnica para dictar sentencias. Se trata de un espíritu con visión estatista que pugna con la esencia misma del juicio de amparo que es un instrumento para contener al poder estatal y no para exaltarlo. Ese espíritu emite gritos ininteligibles y frases latinas inconexas que producen miedo e incertidumbre en quienes los escuchan.
En ese mar embravecido en el que el navío de la Corte suele navegar, la embarcación estará al mando de una “nueva generación de juzgadores”, con ignorancia supina, que llegaron al timón no por méritos propios sino por militancia; no por sabiduría jurídica sino por obediencia ideológica. En esa marcha de impostores, no habrá noray que dé firmeza a las amarras y éstas se soltarán como los principios éticos, morales y técnicos que resguardaban el acto de juzgar. Los capitanes no sabrán dar instrucciones precisas sino proclamas. Sus intervenciones ante la Junta de Almirantes no van a persuadir sino a gritar. Habrá menos toga y más pancarta.
No se tratará de comandantes sino de tendencias. De una corrosión paulatina, profunda e irreversible que afectará el casco del barco. La sustitución del mérito por la obediencia; del derecho por el discurso y del juez por el simple operador. La embarcación estará dirigida por meros escribanos que no adoptarán decisiones, sino que tomarán el rumbo que capitanía de puerto, según las olas caprichosas, les indique.
El mascarón de proa no gobierna el barco: solamente lo adorna. Empero, en este nuevo régimen de signos vacíos y retórica altisonante, el mascarón ha tomado el control del timón y lo hace sin mapas, sin sextante, sin instrumentos ni cartas de navegación. Lo hace solamente con la certeza absoluta de que nunca ha dudado porque nunca ha comprendido ni ha querido aprender.
¿Qué pasa cuando el mascarón de proa se cree capitán? El barco gira sin rumbo, ignora las corrientes, desprecia las señales, navega a ciegas hacia el escollo inevitable y se produce el naufragio.
Nuestro barco jurídico, nuestro navío constitucional, nuestra Suprema Corte de Justicia de la Nación y nuestro Poder Judicial han soltado amarras. Se dirigen a las antípodas de lo que alguna vez fue el destino moral, ético y jurídico adoptado por notables jurisconsultos. Algunos de ellos, con un código de honor admirable, después de dar la pelea ante el amonitamiento institucional, decidieron hundirse con el navío. A todos ellos, que son muchos y que tienen una dignidad incólume, espero que se levanten con mi admiración cuando toquen Diana para dar nuevamente la pelea constitucional desde otros faros o astilleros. Para ellos, para mi capitán y para mi familia naval va este modesto escrito con el agradecimiento de haberme enseñado, con el ejemplo, además de Derecho, lecciones de honestidad, probidad y valentía.
A quienes defenderemos siempre el núcleo intangible de la Constitución: ¡Eleven anclas!



