Custodiada por los mármoles helados del tribunal mayor, solía levantarse imponente y egregia. Su majestuosidad ahogaba los ecos de los pasos perdidos, esos que solían atribuirse a los litigantes que esperaban las sesiones de Salas o del Pleno para conocer la resolución de sus asuntos. Su quietud inquebrantable era el recuerdo incesante de que los ministros debían ser prudentes; eruditos en la razón; sobrios en la palabra y temerosos, pero no del poder, sino del abuso y la arbitrariedad. La piedra tallada revelaba, palmo a palmo, sus contornos y su figura hierática. Con la venda abandonaba los rostros, no por indiferencia, sino como una renuncia voluntaria al prejuicio. La mano en alto sostiene una balanza, símbolo de la equidad, en la que cada plato representa un derecho y una obligación; la regla general y su excepción; la norma y su cumplimiento. La balanza no está ahí para inclinarse, sino para equilibrar el peso del poder con la dignidad intrínseca del ser humano. En su mano izquierda sostiene, con firmeza, una espada fría, recta e inexorable que parece decirnos que la justicia no duda ni tiembla. Las decisiones judiciales deben cumplirse porque el derecho no es caricia ni simulación, sino decisión. La túnica no la cubre completa porque debe mostrarse transparente y directa, sin embargo, forma pliegues y, entre ellos, fluye el alma del Estado de Derecho. Así es como los justiciables, al caminar por los amplios pasillos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, experimentaban la presencia de Temis, la Diosa de la Justicia.
Una reforma impuesta no solamente con el afán de destruir al Poder Judicial de la Federación, sino de humillar a los juzgadores que lo integraban, determinó acabar con la división de poderes. Agosto es el último mes en el que la Corte estará integrada por Ministros de carrera judicial y de personas que, sin ser de carrera, tienen conocimientos jurídicos sólidos; vocación por el estudio y compromiso con la justicia y con la preservación del Estado de Derecho. Agosto se erige como el último bastión temporal para resguardar a Temis. En septiembre comenzará a desdibujarse, porque los embates contrarios a su simbolismo erosionarán hasta el mármol en el que reposa.
En septiembre tomarán posesión del cargo nueve personas que fueron ungidas por el oficialismo. No solo el proceso de selección de candidatos, sino la elección misma estuvo saturada de acciones indebidas con el propósito deliberado de favorecer a quienes tienen compromisos con el oficialismo y comparten el modelo de gobierno impuesto por MORENA. Una caterva de arribistas, sin ninguna experiencia jurisdiccional y sin conocimientos sobre el constitucionalismo mexicano, vestirán la toga y comenzarán a ejercer su función y ésta no será impartir justicia, sino que consistirá en ser pastores de un rebaño ideológico. Es así que comenzará la inevitable destrucción de Temis, porque para los nuevos ministros su simbolismo no sirve a sus intereses, sino que estorba; y lo que estorba, debe ser desmontado.
Primero retirarán la venda de los ojos porque su cinismo los lleva a considerar que no es necesario siquiera fingir neutralidad: la imparcialidad es un mito burgués, un desdén de los fifís. La mirada debe estar atenta para distinguir a los aliados de los enemigos. Sus ojos, como valvas abiertas, observarán con mayor claridad cuando porte los lentes del pueblo sabio y bueno. De esta forma resolverán los asuntos en el sentido que más convenga a la Presidenta y a su partido. Se acabó la imparcialidad: lo que alguna vez fue una renuncia voluntaria para evitar los prejuicios se convertirá en el interés expreso por favorecer al oficialismo. Ya no habrá intenciones veladas.
Con la venda trasladada a los ojos de un pueblo que parece no ver lo evidente, a Temis le arrebatarán la balanza porque la equidad debe sustituirse por la consigna. Los nuevos ministros (así, con minúsculas) podrán, como ya alguna que repetirá en el cargo lo ha hecho, emitir juicios públicos en contra de personas determinadas para luego, sin necesidad de declararse impedidos, juzgarlas con todo el peso de su propia ley y de sus interpretaciones personales. Ahora los principios de proporcionalidad y equidad tributaria se disolverán ante la necesidad de obtener recursos para sufragar los programas sociales y asegurar así el voto popular a favor de MORENA. La justicia verdadera, exclamarán los ministros, es la que equilibra los intereses del proyecto político, no los del ciudadano.
El paso siguiente será despojar a Temis de su espada, no por temor a su filo, sino por el desprecio a su forma recta y firme. Algunos de los nuevos ministros han expresado que el valor de la “cosa juzgada” debe eliminarse para poder revertir los efectos de fallos judiciales anteriores. La espada no se necesita cuando ya no hay culpables sino opositores, porque éstos pueden exhibirse públicamente desde el poder, desde el púlpito mediático de las mañanas, de modo que sea el pueblo el que pida su castigo y la Corte la que se limite a ejecutarlo. La empuñadura se maltratará al grado de dejarla inútil, porque la fuerza ya no necesitará legitimidad jurídica, bastará con el poder puro. La espada, como la ley, será una antigüedad estrictamente ornamental, un vago recuerdo de la firmeza de las sentencias, del valor de los precedentes y de la obediencia que se debía a la jurisprudencia.
Con el respaldo del poder y la valentía que da la ignorancia, arrancarán la túnica que cubre el cuerpo de Temis, no es necesario tener presente que entre sus pliegues fluía el espíritu del Estado de Derecho, porque ya no habrá necesidad de consistencia en los fallos judiciales ni será necesaria la previsibilidad de las decisiones con el fin de salvaguardar el derecho a la seguridad jurídica. El principio de confianza legítima se volverá un ser alado, ligero y veloz, susceptible de modificarse cada vez que sea necesario.
Y así, violentada por quienes deberían cuidarla; maltratada por los juzgadores que deberían ser custodios de los principios que derivan de su simbolismo, caminará Temis, ultrajada y desnuda, por los pasillos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El mármol que la sostenía se habrá resquebrajado. Temis transmutará de Diosa a un ser humano vulnerable. Convertida en sombra, en silueta melancólica, será apenas una figura arrinconada en el imaginario de un país; un país cuya población, en su mayoría, carece de un interés por una auténtica justicia y por la carrera judicial como medio para obtener los conocimientos y las virtudes necesarias para juzgar.
Este texto no es una diatriba. Es una elegía. Una oración adelantada al funeral de la Diosa que dejará de existir en septiembre; la Diosa que nos enseñó a no mirar el rostro, sino el argumento. La Diosa que nos mostró que la balanza debe equilibrarse aunque el peso del poder sea muy superior al del simple ciudadano. La musa que nos demostró que la espada no debe temblar, aunque el país viva en un sismo legislativo.
Si hemos de recordarla, que no sea como estatua rota. Que los abogados, si aún quedan algunos con alma, sepan levantar la voz no por nostalgia, sino por deber. Porque si dejamos caer a Temis, no caerá sola. Caeremos todos en nombre de una justicia que ya no será de todos.
Este no es un lamento reaccionario ni un tributo por añoranza a un poder judicial idealizado. Es un llamado urgente a los abogados, a los jueces, a los juristas, a los académicos, a los notarios, a los investigadores y a la sociedad de conciencia: si no defendemos a Temis ahora, quizás nunca más podrá restaurarse, y entonces el reflejo de sus despojos vagará por los rincones más oscuros del sótano de lo que alguna vez fue nuestro Más Alto Tribunal. A Temis, la otrora Diosa, por definición inmortal, le queda un mes de vida.