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Entre bastones consagrados, inciensos e injusticia

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Hubo una época en que los abogados del país consideramos que ser Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación era el más grande honor al que se podía aspirar.

Era emocionante estar en el Alto Tribunal, escuchar los debates en Pleno y Sala, caminar por los pasillos del majestuoso edificio ubicado en Pino Suárez, #2, observar los libreros de los empleados, la biblioteca, las togas negras, las salas de juntas, los malletes, los murales.

Todo un privilegio trabajar en la ponencia de algún Ministro, analizar un asunto, pasar las páginas de un expediente, consultar leyes, dar cuenta en una sesión. “Nos pagan por estudiar y aprender”, decíamos con gusto y reconocimiento.

Constantemente nos exhortaban a seguir preparándonos, había cursos, seminarios, conferencias, publicaciones. No había pretexto para no ser un poco mejores cada día.

Supuse que eso era lo correcto, que así debían hacerse las cosas y que las estábamos haciendo bien.

Hoy veo que era una ilusión. Vivíamos fuera de una realidad que exigía lo contrario.

La justicia -lejos de lo que aprendí-  debe ser popular,  cuanto más mejor, los funcionarios judiciales deber ser “cercanos” al pueblo, que tiene el derecho de nombrarlos mediante su voto.

Hay que presentarse en mercados y plazas públicas, comer antojitos, ver artesanías y bailar cumbias, pues ¡se trata de acercase a la gente!

Un buen juez debe acudir a que le hagan “limpias ancestrales” con regularidad, debe iluminar su atmósfera con inciensos y lucir collares de flores.

Los materiales que pueden utilizarse para realizar limpias judiciales varia según la tradición, pero comúnmente se utilizan: hierbas (como ruda, albahaca o salvia, velas, incienso, agua con sal, huevos y piedras o cristales).

Para estar cerca del pueblo -al que se debe- conviene que use prendas típicas y que las luzca con orgullo en algún evento.

La toga negra ha de ser quemada en leña verde, por conservadora y clasista; bastante daño causó durante mucho tiempo.

Las sesiones del Tribunal Pleno deben  y serán itinerantes, para llegar a los puntos más alejados de este país, a los que por tanto tiempo los ha abandonado la justicia. Si es posible, conviene que los ministros se reúnan en un área de pirámides o en un centro ceremonial, pues la energía que ahí se vive será provechosa para su delicado trabajo.

Y, lo más importante de todo, (lo que posiblemente llevó a la ruina al  anterior Poder Judicial Federal) es contar con un bastón de mando consagrado.

El bastón de mando en nuestro país, simboliza la máxima autoridad espiritual y política de quien lo porta, “representando la voz, la fuerza y la sabiduría colectiva de las comunidades indígenas y afroamericanas; portar el bastón es un reconocimiento del poder y la jerarquía de los líderes por parte de estos pueblos”.

Su importancia es tal, que se lo han entregado a  extraordinarios dirigentes, como Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Juan Manuel Santos en Colombia; y a los dos últimos presidentes de este país.

Solo los miembros más sabios de las comunidades son quienes lo otorgan a líderes políticos, militares y tradicionales. Se entrega por medio de una ceremonia y su significado es muy trascendente. Quien lo reciba  “acepta guiar a la comunidad de manera sabia, honesta y anteponiendo los intereses de su gente a los personales.”

Los anteriores ministros nunca contaron con un bastón de mando consagrado y eso explica, en  parte, el fracaso en la impartición de justicia. Nunca tuvieron arcos tradicionales de flores ni amuletos; no participaron en rituales públicos. Nunca mandaron a “limpiar” de las malas vibras sus oficinas; aunque es bien sabido que grandes juzgadores de otros países mantienen estas prácticas.

Por fortuna, hoy se ha corregido el rumbo, a partir de septiembre se contará con todo para que México viva un clima de  auténtica justicia.

Atrás quedan los años de “preparación”, las discusiones jurídicas profundas, los acalorados debates sobre los principios que deben regir la conducta de un juez, la creación de una doctrina constitucional, la sobriedad, la austeridad y la objetividad con que se debe comportar.

Por fin,  previa “limpia” de las instalaciones, está próxima a abrirse la gran puerta que  ha mantenido cerrado el recinto de la Corte, por fin se permite el acceso a la ciudadanía y con él se da acceso a la justicia que siempre se le había negado, en medio de flores, incienso y bastones.

 Así sea, que en México todo puede pasar.

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