De los tres poderes de la Unión, el Judicial, siempre fue el más discreto, el que tenía al personal mejor preparado y destinado a las funciones que corresponden a impartir justicia. Y es que, para dedicarse a esa labor, se necesita saber y estudiar mucho. Conocer bien las leyes, preparase cada día, y trabajar con entrega.
No es que en los otros dos poderes no se necesite gente capaz y preparada, ¡claro que se necesita!, pero por alguna razón, a la ciudadanía esos temas no le han importado mucho.
Sin embargo, dentro del Poder Judicial ha existido un auténtico espíritu de superación de sus trabajadores, de aprendizaje, de ser mejor que ayer. Se invertía dinero (en abonos) en comprar libros: dos tomos de la Teoría de la Prueba, dos tomos del Arte de la Redacción, Teoría General del Derecho, manuales sobre amparo, argumentación jurídica y más. Era un orgullo ver un librero lleno de estos textos, a los que se acudía con afecto. Si se podía, se hacía un esfuerzo y se compraban los libros en pasta dura, para que no se maltrataran, con el plus de que el encuadernador ponía el nombre del dueño.
Cada asunto significaba aprender algo más, reflexionar un poco más, madurar un poco más. Y así el trabajo y el estudio eran un compromiso, un gusto adquirido y un esfuerzo diario, que lo valía.
La reforma en materia de justicia consideró que eso no funciona para el México transformado y que el pueblo debe elegir a sus jueces, quienes deben cumplir requisitos mínimos. Eso sí, es más fácil cumplir con los requisitos para ser candidato, que cumplir con los requisitos para acceder a un crédito hipotecario o para pertenecer a una asociación.
Los candidatos inscritos deben hacer campañas. Aquí el primer problema: un buen juez no puede hacer una buena campaña. O es juez o es político. Las dos cosas no van juntas. El perfil del juez es sobrio, austero; el del político, lo contrario, le gusta la popularidad y el discurso, más que el estudio y el trabajo de escritorio.
Por alguna extraña razón todos los candidatos acuden a los mercados a “platicar con la gente”, algunos ofrecen cosas que son insólitas y que ofenden la inteligencia, otros dan a conocer la labor de un juez y se comportan con moderación; estos últimos se notan incómodos al hacer este esfuerzo de campaña.
En mi experiencia, a la ciudadanía (al pueblo) no le importa, no distingue entre las policías y los jueces, no saben qué es un magistrado de circuito, qué es una apelación, ni cuáles son sus derechos humanos. Aún así, ellos decidieron, a través de su poderes Legislativo y Ejecutivo, que los juzgadores se eligen por votación, y aquí estamos en una época de campañas, en la que hemos visto de todo: canciones, bailes, poemas, paseos, recorridos, promesas muy discutibles, críticas injustificadas.
Los mexicanos, al acudir a votar por sus jueces habrán botado al olvido muchos años de trabajo, de consolidación de un Poder Judicial que no merecía ese trato.