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Las mentiras repetidas

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La crítica constante, consistente y hasta reiterada a la reforma constitucional en materia del Poder Judicial de la Federación, se me ha dicho en diversas conversaciones que he sostenido con familiares y amigos, es hija del rencor, cuando no de la derrota. Sin rencor o derrota absoluta, tantas opiniones sobre el nuevo modelo de justicia se hubiesen quedado en el tintero. Aún más, en mi carácter de exjuzgador federal, con más de veinte años de trabajo en un Poder Judicial de la Federación que privilegiaba la carrera judicial, me han dicho que estoy condenado a la ignominia y que, por ende, esa debe ser la fuente de tan amarga crítica. Amigos cercanos me han dicho que mi expresión pública sobre el tema es indebida y que debería moderar no solamente mi lenguaje, sino mis ideas que hoy parecen no tener cabida en la nueva normalidad de tez semioscura.

Cualquier persona, ante la incomprensión de sus actos, se convierte en una figura muy fácil de censurar y hasta de insultar: la ofensa sustituye al argumento de fondo. Y si a esa incomprensión se suma la simple afirmación de que estoy negado y resistiéndome al cambio, entonces mis críticas parecen carecer de toda justificación; sin embargo, en su mayoría, esas censuras se basan en argumentos ad hominem que, como es sabido, implican simples falacias censurables desde la lógica formal.

En una de tantas reuniones, mientras departía con un gran amigo (que, por cierto, no está vinculado con el gremio de los abogados), le pedí que me expresara su opinión sobre la reforma judicial. Casi sin pensarlo me respondió: “No sé si es la mejor reforma pero el Poder Judicial necesitaba un cambio, una sacudida.” Inmediatamente le pedí que me explicará qué tipo de cambio se requería y por qué consideraba eso. Su respuesta fue categórica: “Porque hay mucho nepotismo. He sabido de Magistrados que tienen hijos en el Poder Judicial de la Federación”.

Antes de emitir una respuesta, me vino a la mente un muy siniestro personaje de la historia, cuyo nombre no merece ser mencionado, y que durante su censurable proceder sostuvo dos locuciones, a saber: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” y “las palabras sirven en igual proporción para la verdad que para la mentira”.

Mi amigo, según mi punto de vista, había caído en el juego de las mentiras repetidas hasta la saciedad por el predicador mayor y su séquito de periodistas que procuraban hacer eco de ellas. Por supuesto, desconocía por completo que existía un acuerdo general del Consejo de la Judicatura Federal que prohibía los llamados “nombramientos cruzados” y desconocía también que los jueces y magistrados no podían nombrar a familiares, so pena de que se les iniciara un procedimiento administrativo de responsabilidad con consecuencias altamente perniciosas. Desconocía otras cosas también: el legítimo interés de un hijo por emular a su madre o a su padre o el interés que despierta desde la infancia ver a un juzgador en casa desempeñando su trabajo abriendo expedientes y subrayando escritos.

¿Acaso los hijos de cantantes tienen prohibido seguir los pasos de sus padres? ¿Cuántas veces se ha observado que un hijo viste desde pequeño el casco de bombero de su padre? ¿No es verdad que hijos de notarios se enamoran de ese ejercicio profesional? ¿No hay consultorios médicos atendidos por dos generaciones? ¿No es uno de los hijos del predicador mayor un funcionario en el partido constituido por aquél sin tener un solo mérito para ello? Le recordé que para entrar al primer peldaño de la carrera judicial se debía acreditar un examen que era calificado por personas ajenas al candidato y a quien lo proponía…pero eso es una verdad que, al no repetirse ni como mentira, se desconocía por completo.

Siempre me he preguntado por qué en casos como los antes mencionados el proceder de las personas no se califica como “nepotismo” y, en el supuesto de que el hijo de un Ministro tenga legítimas aspiraciones por emular los pasos de su padre, sí lo sea. Aunque ahora recuerdo que la respuesta puede ser la mentira sostenida mil veces por el predicador de la carpa matutina que nunca bajaba el telón.

Mientras avanzaba el agradable convite, se me ocurrió plantearle a mi culto amigo que si consideraba que la reforma al Poder Judicial de la Federación resolvía el problema que él consideraba que requería un cambio. Sin embargo, desistí del intento. Decidí hacer mutis y considerar que tal vez las preguntas no eran bienvenidas. Y no lo son. Justo por eso, porque no lo son, es que hay que formularlas:

¿Qué mejora en el Poder Judicial ahora que, entre los candidatos, se han encontrado personas vinculadas con narcotraficantes? ¿No es un indicio claro de que el procedimiento está viciado, el hecho de que los senadores están impugnando designaciones que ellos mismos aprobaron? ¿Se asegura que no habrá familiares en el Poder Judicial y, por ende, no habrá el tan cantado nepotismo?

¿Acaso no existe unanimidad a nivel internacional en el sentido de que la elaboración de una sentencia requiere de amplios conocimientos técnicos jurídicos y no puede constituir una actividad improvisada? ¿No quedarán sujetos al poder político los juzgadores que, para serlo, previamente debieron ser aprobados como candidatos por el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo? ¿Qué va a suceder con el litigio administrativo si es el Estado uno de los sujetos involucrados?

Lo que más me sorprendió de mi muy querido amigo, es que me conoce desde la etapa de estudiantes y vivió cercanamente mi evolución profesional. Fue testigo de que trabajaba fines de semana completos. Observó, con sus propios ojos, el esfuerzo que tuve que hacer para avanzar en la carrera judicial. Vivió de manera cercana cómo estudiaba expedientes interminables y la emoción que sentí cuando pude llegar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación como Secretario de Estudio y Cuenta. En fin, tuvo conocimiento cercano de mi carrera y supo, desde siempre, que yo no tenía parientes ni padrinos en el Poder Judicial de la Federación. Es más: conoció la historio de otros tantos amigos cercanos que le presenté y ninguno de ellos tenía un solo familiar en dicho Poder.

Lo más triste a nivel personal, es que pudieron más las mentiras del predicador mayor que la experiencia vivencial del esfuerzo que costó llegar a juez de Distrito. Lo terrible es ver que esas mentiras repetidas hasta el cansancio pudieron más que los datos que arroja observar una verdad material. Lo más preocupante es ver la destrucción de un Poder con base en mentiras repetidas.

Nacional

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