Foto: Diario Marca
La actuación del Monterrey en el Mundial de Clubes no fue una derrota. Fue una muestra de orgullo, de carácter, de lo que debería representar el fútbol mexicano: defender la camiseta con el alma, vivir por el amor al deporte y demostrar que el dinero no debería hacer al fútbol. En un duelo de alto voltaje ante el poderoso Borussia Dortmund, los Rayados ofrecieron una actuación valiente, cayendo 2-1 pero dejando una imagen digna de aplauso internacional.
El arranque fue difícil. Los alemanes, veloces y letales, aprovecharon el nerviosismo, dos errores en salida y el desorden de la defensa de la “Pandilla” para ponerse arriba en el marcador con un doblete del imparable Serhou Guirassy antes del minuto 25. El Dortmund se mostró preciso, frío, contundente. Muchos pensaron que el partido ya se había resuelto ahí. Pero Monterrey demostró carácter, una mentalidad diferente a la que acostumbramos acá en México.
En el segundo tiempo, los Rayados salieron con el cuchillo entre los dientes buscando el famoso “sí se puede”, y se notó porque no tardaron en responder. Al minuto 48, Germán Berterame, con olfato goleador y decisión, conectó un cabezazo letal que venció a Kobel y desató la locura en la tribuna y la emoción en la “Sultana del Norte”. El “Tecatito” Corona, que dio la asistencia, fue el alma del equipo en ese tramo: encarando, creando, levantando al grupo.
Con el 2-1, el equipo mexicano se fue con todo. Tocaron la puerta una y otra vez. Tecatito estrelló un disparo en el poste. Sergio Ramos, al puro estilo de SR4 como delantero improvisado en los últimos minutos, como en aquella final de Champions con el Madrid, en un final dramático remató de cabeza; el balón parecía moverse en cámara lenta, parecía que lo haría una vez más, pero pasó a centímetros del arco amarillo y negro. Monterrey coqueteó con el empate. El Borussia sufrió. La afición creyó.
Pero el gol no cayó. Y aunque el marcador no favoreció a los Rayados, el partido sí lo hizo. Monterrey le jugó de tú a tú a un gigante europeo. Compitió con orgullo, con un corazón enorme, con entrega. La ovación que se llevaron al final incluyó la mía.
Monterrey fue un rival digno, incómodo, valiente. Y México, una vez más, demostró que tiene fútbol para soñar en grande. No fue una victoria en el marcador, pero sí una para el fútbol mexicano a nivel clubes.
Porque así se juega Monterrey. Con garra. Con corazón. Con dignidad.
Gracias, Rayados.
