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lunes, diciembre 15, 2025
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Una casita en el campo

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No son los 12 millones de pesos que costó, no es el hecho de que sea solo para los fines de semana, ni que esté enclavada en un pueblo mágico muy cotizado y tenga un jardín hermoso. No es nada de eso.

Tampoco es que viaje en clase ejecutiva, que ingrese a los salones reservados para gente “VIP”, que compre en almacenes de alta gama o que coma en restaurantes caros. No es eso.

Es el hecho de que esa casita de campo y todo lo demás contradicen el discurso que por más de siete años hemos tenido que escuchar y sufrir todos los días, sobre las bondades de la austeridad, el virtuosismo de la pobreza y la maldad que esconde la concentración de dinero.

Niega lo que pregonan. Se opone a lo que nos exigen. Desmiente su doctrina.

  Es eso lo que molesta.

  Es eso lo que indigna.

En el año 2021, el dueño de esta casita de campo afirmaba no tener dinero para comprar una vivienda, para pagar el precio fijo de un servicio de taxi, peor aún “para pagar por ingresar a un baño público”; hoy, en cambio, adoptó el estilo de vida de “esos”, los “aspiracionistas” que tanto rechaza en su discurso.

Milagrosamente, en tiempo récord, la vida cambió, sus esfuerzos rindieron frutos y hoy su estilo de vida se apega más al de un capitalista, que al de un sencillo funcionario público, que – como todos – debe vivir en la honrosa medianía.

Recibe “donativos” (muchos de ellos anónimos) por sus muy interesantes y reflexivos videos, vende libros que al parecer son “best sellers”, percibe un sueldo que se cubre con nuestros impuestos; y con todo eso “completa” para llevar un nuevo estilo de vida, distinto y muy apartado del que llevan los millones de mexicanos a los que dice representar.

Mientras hablan y repiten el discurso de “no mentir, no robar, no traicionar”, las declaraciones patrimoniales de los funcionarios públicos de la maravillosa transformación de México nos cuentan una historia muy distinta: la de la hipocresía, la mentira y el lujo que prometieron combatir (pero que en realidad siempre soñaron con tener).

El problema de todo esto, más allá de la incongruencia del discurso, es la dudosa procedencia de los recursos y el contraste con la pobreza que se extiende a lo largo y ancho del país. La precariedad en todos los servicios que debe brindar el Estado, el abandono de las calles, de los niños, de una sociedad que les brindó su confianza.

“Vivimos tiempos oscuros, en los que los peores han perdido el miedo y los mejores la esperanza”.

Hanna Arendt

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